jueves, marzo 29, 2007

Un día como hoy

En un día como hoy no puedo evitar ponerme de mal humor porque esta ciudad me pone de mal humor, porque la calle me pone de mal humor, en fin porque la gente me pone de mal humor.
Seguramente no debo ser el único que odia entre otras bellezas de la vida en la gran ciudad estas hermosas peculiaridades que la hacen única para vivirla y transitarla como un simple y jodido transeúnte:
  • En primer lugar me violenta esta lluvia que no para de caer e inunda hasta las veredas y, cuando no las inunda, inunda la calle con lo cual hace imposible saltar la laguna salvo que uno sea un excelente garrochista olímpico.
  • Para continuar están las veredas que son un desastre y, sino te empapaste ya al salir de tu casa, de seguro te empapas con la primera baldosa floja.
  • También están los medios de transporte como los autobuses que nunca llegan, o pasan de largo, o cuando paran están tan llenos que aunque apocalipse o armagedonee el mundo te ves obligado a dejarlo pasar de largo. Ni hablar de los subterráneos o de los taxis que, aunque abunden, siempre existe ese benemérito alguien que te gana de mano y te deja con las ganas y la rabia de sentirte privado del confort y la rapidez de un Peugeot 504 que no le cierran las ventanas y tenés que sostenerle la puerta para que no se caiga, o hacerle de sicólogo al taxista que necesita hablar con alguien comprensivo y amable.
  • También se puede mencionar a ese magnífico y bendito chorro de agua que suele bendecirnos de la nada como un bautista en el desierto, mientras nosotros caminamos muy orondos y seguros bajo los balcones que nos dan un muy merecido reparo de la lluvia.
  • Se puede mencionar en esta lista a esos afortunados previsores que salieron con paraguas muy temprano de mañana y andan, como si nada pasara, ocupando la vereda a riesgo de sacarle el ojo a alguien en cada esquina. O, mientras van caminando, tan franciscanos ellos pueden llegar a ser que suelen dajarle el paso a uno que va mojado hasta el alma buscando cada mínimo reparito que pueda depararle el destino.
  • Y, por último, pero no menos odiosos están los increíbles y diestros conductores de automóviles porteños que cruzan semáforos en rojo, ocupan la senda peatonal, doblan a veinte o cuarenta u ochenta por hora en las esquinas porque da lo mismo o, en su defecto, se llevan puesto a algún transeúnte que cruzó la calle respetuoso de las normas de tránsito haciendo caso a ese hombrecito blanco o verde que le indica el paso, salvo que no tuvo la lucidez de darse cuenta del pequeño detalle de mirar para atrás que le cuesta la vida o la pierna o una conmoción cerebral porque algún energúmeno doblo apurado. También está el caso del transeúnte que, previsor él, no cruza en la esquina porque sabe del riesgo de cruzar por ahí, entonces toma la astuta decisión de cruzar mas adelante, pero hete aquí que tampoco le sirve, porque nuestro diestro conductor de cada día una vez que dobló la esquina y puso el cambio y aunque no tenga el paso verde igual acelera para después frenar en la esquina, y si te llega a ver cruzando a mitad de calle te hace gestos ampulosos como diciendo: Boludo cruzá en la esquina!!! (Así te piso más fácil)
En definitiva, estas son las cosas que me ponen de mal humor en un día como hoy en esta beatífica y paradisíaca metrópoli del sur del mundo (No confundir con fin del mundo porque por allí son un poco mas civilizados). Así que ahora, usted que es un avezado lector, supongo habrá comprendido y absuelto de pecado a este humilde paisano que anda por esta inmensa urbe con pena y sin gloria y sin haberse ganado el paraíso porque ya comprende muy bien de que se trata el infierno.